De pequeña tuve la dicha de estar más tiempo en carretera y en la playa que en tierra firme. Siempre recuerdo a papá decir la fase de la luna mientras yo observaba silenciosa y minuciosamente el cielo. ¿Cómo saber cuándo era menguante o creciente? ¿Por qué habían noches sin luna y aún hablaban de ella?
Con el tiempo y la consciencia tomaría nota en mi memoria de mi tía Guise cortando su jazmín en cuarto creciente para que floreciera. De tía Lali haciendo injertos de rosas en luna nueva. De mamá mocharse el cabello en cuarto menguante. De las mareas del océano pacífico con cronometro suizo en luna llena. Y, como no, de escuchar los chistes -despectivos- urbanos como “le pegó la luna”.
Crecí, como todos, alrededor de un conocimiento popular vago pero consistente. Que si el corte de cabello, el crecimiento de las plantas, el clima o las mareas; pasando por sacar los cristales, leer las cartas, el hombre lobo o las hogueras. Alrededor de la luna hay tantos mitos esotéricos como prácticas.
Con el tiempo y la curiosidad descubrí que son muchas las formas en las que el ser humano se ha relacionado con la luna a lo largo de la historia. Desde la ciencia factica hasta la sabiduría ancestral, la luna es un tema del que siempre hay que hablar.
Sus vibraciones energéticas rigen las aguas del planeta, lo cual varía dependiendo de su distanciamiento. Su semiótica nos habla del arquetipo psicológico femenino, la dualidad emocional, la fertilidad y la sabiduría. Su presencia en el chamanismo nos refleja a la mujer vista desde la alquimia: la madre, la puta y la bruja. Su existencia es, en sí, un mar de significados y atribuciones.
¿Qué es la luna para el ser humano?
En asociación básica es la noche y su misterio, la luz en la oscuridad. Para quienes tienen más contacto con lo popular es también el amor -si ves el conejo- y un poco de poesía -pop o no-.
Desde un punto de vista holístico la luna representa la sabiduría femenina y sus arquetipos, la emocionalidad, la relación con la madre -según la astrología-, la forma en la que nos relacionamos con los otros de forma inmediata, también la forma en la que amamos y damos afecto.
A través de la luna también podemos conocer la intuición, al fin y al cabo todo lo que sea “materia sensible” tendrá el sello lunático.
Si bien la energía vital se asocia al sol, los ciclos energéticos, la forma en la que manejamos la energía y el ánimo se asocia a los ciclos lunares, ya que en mayor o menor medida domina el elemento que más nos compone.
Cuando nos conectamos con la luna nos acercamos a la feminidad, la sanamos, la reconocemos, la integramos. Tenemos una fluidez más óptima de nuestra energía. Aprendemos a nutrirnos, purificarnos, protegernos y celebrarnos. Integramos poco a poco el mundo emocional y podemos mejorar nuestras relaciones. Sincronizamos nuestro día a día con la sabiduría de la naturaleza. Agudizamos la intuición y nos abrimos al poder del amor.
Más allá de la información extensa que podemos tener de nuestra luna natal a través de diferentes disciplinas y lo mucho que puede apoyarnos a conectarnos con ella, empezar por su energía propia, su naturaleza universal es un paso que sin duda cambia nuestra forma de ver y sentir la vida.
¿Lunática? ¡Por supuesto que sí!